ATENCIÓN: La siguiente crítica contiene SPOILERS muy importantes sobre la película. Léela bajo tu propia responsabilidad.
Si de entre todos los personajes de cómic hay
un héroe joven con el que resulta muy fácil identificarse, ese es Spider-Man. Claro que no es por su capacidad de trepar por las paredes o por el resto de sus poderes arácnidos, sino porque, en el fondo, él es como nosotros. En su identidad humana,
Peter Parker es un pringadillo, un nerd como cualquier otro (como tú y como yo), con dificultades para llegar a fin de mes y con un vida demasiado complicada para su edad. No nació en otro planeta, no es multimillonario, sus poderes no son comparables a los de un dios. Puede sufrir, sangrar, padecer, y morir. Pero aún así, Peter elige ponerse su traje y su máscara y hacer lo que cree que es lo correcto: utilizar sus poderes para ayudar a los demás. Y no lo hace a una escala universal ni interplanetaria porque, no nos olvidemos,
a nivel de poder Spider-Man es un héroe menor; pero da lo mejor de sí para defender la ciudad de New York del atracadores, asesinos, y criminales diversos, entre los cuales siempre aparece algún otro ser superpoderoso que puede complicarle la vida al arácnido héroe.
Escribo estas líneas sin más conocimiento de Spider-Man que el
haber leído algunos cómics de referencia del personaje –siempre por recomendación de algún amigo– y haber visto las series animadas y sus películas
live action. Sí, incluso aquellos telefilmes de los años 70 protagonizados por Nicholas Hammond en las que trepaba por espantosos cromas con ventanas abiertas y lanzaba cuerdas de tender la ropa. Fui fan de la trilogía de Sam Raimi hasta que él mismo la sodomizó con una tercera parte en la que el nefasto guión y el alcoholismo nada dimisulado de Tobey Maguire se cargaron la franquicia dejando un pésimo sabor de boca. Y luego llegó
The Amazing Spider-Man, un reboot que se antojó demasiado próximo a la trilogía anterior, pero que
a mí me encantó en su planteamiento, tono, reparto, y aspecto visual.
La secuela que ha llegado a los cines este año viene con el rimbombante título The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro, y plantea muchos cambios con respecto a su primera y (siempre desde mi opinión) excelente primera parte. Para empezar, un cambio en lo visual. La estética de esta secuela es más luminosa, más viva, más comiquera. No solo el traje de Spider-Man ha sufrido cambios –que, por otro lado, no se explican–, sino que la fotografía es mucho más clara y llena de luz, seguramente también para aproximar la película a un público más infantil y “desoscurecerla”, puesto que la primera era bastante más “Nolan” en aquel sentido. En muchos momentos de esta nueva entrega es como ver un cómic en la gran pantalla, con magníficas poses de Spidey y secuencias a cámara lenta y a plena luz del día que, os puedo asegurar, son visualmente lo mejor que he visto hasta el momento en cine de superhéroes. Esa lentitud, ese recreo en el primer plano del héroe realizando una pirueta o volando de edificio en edificio, es lo que me gustaría ver en próximas secuelas de Superman ya que la acción de Man of Steel fue extremadamente rápida. No entraremos de nuevo a debatir si en MOS aquello era o no correcto; yo ya he defendido que sí, porque se trataba de mostrar a Superman en todo su poder, y luchando contra seres igualmente poderosos que él. Pero para próximas secuelas, me gustaría poder alucinar viendo al Hombre de Acero con la misma nitidez y claridad volando ante la cámara como lo hace Spider-Man en TASM2.
Pero si el cambio de estética ha sido probablemente para mejor,
el cambio de tono ha sido, para quien escribe estas líneas, un error. Me gustó mucho el enfoque adulto de la primera parte, que no para ello renunciaba al humor en los momentos necesarios y enfatizaba el drama en ciertos otros momentos puntuales. En esta secuela todo grita
“¡niños, venid a mí!”, desde el vistoso colorido hasta la forma de comportarse de buenos y malos. Me explico; sí, el humor de Peter es fantástico. Seguramente a los que sois fans del personaje os habrá parecido que ese sentido del humor, ese cachondeo constante que tiene siempre Spider-Man cuando se enfrenta a un villano, es tan propio del héroe como lo es su máscara y sus colores azul y rojo. En ese sentido no tengo ningún problema. Pero como decía Lex Luthor en
Smallville,
“la grandeza de un héroe se mide por la de sus villanos”. Y en esta película,
los villanos son una puñetera basura. Repasemos:
Electro, el villano principal que incluso da subtítulo a la película. Está claro que se esfuerzan en presentarnos a Max como alguien con un trastorno mental que le impide relacionarse con normalidad con las personas y que solo quiere que le presten atención. Pero lo encuentro demasiado caricaturizado en ambos papeles, tanto como Max como cuando ya se ha transformado en Electro. Y por cierto, su transformación en villano también tiene tela… ¿Un accidente eléctrico con anguilas y se transforma en
una especie de Dr. Manhattan de serie B que dispara
electricidad rosa y habla con vocoder? Que me lo expliquen, por favor, porque no lo entiendo. Además, me resulta imposible comprender su motivación para comportarse así, y creo que es fundamental entender a un villano si quieres que la película funcione.
Worst... villain... EVER
Luego tenemos al
Duende Verde, o deberíamos decir mejor al
Duende Ictérico, porque de verde tiene bien poco (y de duende menos, qué demonios). Otro personaje
bien enfocado pero mal resuelto. Me gusta mucho cuando es Harry Osborn y cómo desarrollan su amistad con Peter y la trama de su enfermedad genética, aunque para ello tengan que meter por medio la subtrama de Richard Parker y su investigación genética con arañas, que en mi opinión hace aguas por todas partes. Pero la forma en la que se transforma en “duende” y se enfunda el traje armadura curativo (que comparte esa cualidad con
el traje de M. Bison en la nefasta película
live action de
Street Fighter de los años 90, lo cual es como para que los guionistas se lo hagan mirar), es precipitada no, lo siguiente. Pero claro, hay que tener en cuenta que este Duende Verde está en la función para lo que está, que no es sino provocar el clímax final del que luego hablaré con calma, e introducir la
escena-post-créditos-que-en-esta-ocasión-es-pre-créditos y de la que también me explicaré luego.
Mención aparte merece
el aspecto del Duende, que si bien se aleja del espantoso Power Ranger en el que se convertía Norman Osborn en la
Spider-Man de Raimi, aquí tiene un cierto parecido con... Bueno, no lo cuento. Yo lo dejo a continuación y cada cual que saque sus conclusiones.
Si le frotas la tripita, puedes pedir un deseo.
Oh, y no, no me olvido de Rhino, el villano que ostenta el dudoso honor de tener una Hot Toys que probablemente costará 500 pavos pese a que aparece en pantalla 3 cochinos minutos y ni siquiera se le ve con claridad. Esto, junto con la figura del Mandarín yonki, putero y cagón de Iron Man 3, hace que me replantee mi fidelidad a HT. En fin, bromas aparte, Rhino no es sino un cameo que viene a dejarnos claro de qué irá TASM3. Por lo demás, su presencia en esta cinta es testimonial a la par que innecesaria.
Pero si bien los villanos de esta película son un completo fiasco salvo un poco el Duende Verde y solo por el motivo del que vamos a hablar a continuación,
lo que salva por completo la función es la parte humana de los personajes. De los personajes de
Peter Parker y Gwen Stacey, no vayáis a pensar que el personaje humano de Electro es bueno, por Dios. Andrew Garfield demostró en la primera parte que era una excelente elección para este nuevo Spider-Man tan
Ultimate, y en esta secuela ya lo hace completamente suyo sin duda alguna. Su expresividad, su sentido del humor, el carácter que le confiere al personaje, todo funciona en Peter y Spidey, y es gracias a Andrew hasta el punto de que me pasa como con Henry Cavill como Superman,
y ahora mismo no veo a otro actor en su papel. Ídem para Emma Stone,
una guapísima y dulce Gwen de la que parece imposible no quedarse prendado como lo hace Peter. Y además, entre Andrew y Emma existe
ese extraño concepto de “química” que trasladan a sus personajes hasta el punto de que
te crees completamente que están enamorados hasta las trancas. La forma en la que se miran, en la que se acercan, en la que se besan, todo su lenguaje corporal transmite ese enamoramiento tonto que todos hemos sentido alguna vez, y por eso llenan la escena en cada aparición que tienen juntos, salvando en muchas ocasiones la película cuando más lo necesita. Para ejemplo, la parte central en la que Electro tiene más protagonismo y que me hubiera resultado insufrible de no ser por el bálsamo que suponen las escenas que van intercalando de Peter y Gwen.
Y llegamos a lo bueno (o lo malo, según se mire). No es por su fantástico apartado visual, ni por sus dos brillantes interpretaciones principales, ni por lo bien escrito que está el personaje de Spider-Man. Si
The Amazing Spider-Man 2 será recordada por algo,
es por tener un par de huevos como el caballo de Espartero. Porque hace falta tenerlos para matar a la heroína femenina, máxime cuando ella es uno de los mayores aciertos de esta nueva franquicia. Pero en un arriesgado esfuerzo por mantenerse fiel al cómic (cosa que ya podrían haber hecho con otras cosas, como los villanos…), en esta película
se produce la mítica muerte de Gwen Stacy de forma bastante similar a como ocurría en
The Amazing Spider-Man #121 (Junio de 1973). Y de igual modo que aquella muerte en el cómic generó controversia entre los seguidores del arácnido, ésta también lo está haciendo, aunque a su favor juega que el hecho ya tiene un precedente sobre el papel. La escena tiene
una carga de tensión casi insoportable, sobre todo si eres de los que conoce la historia original y estás pensando continuamente:
“No, qué va… No se van a atrever a cargársela…” Cuando Gwen cae (otra magnífica escena a cámara lenta brillantemente rodada) y Peter lanza su telaraña, estás tan clavado a la butaca que parece que la vas a atravesar. Y cuando ves la forma en la que el cuerpo de la chica se sacude al frenar en seco, te temes lo peor pero aún así sigues pensando:
“Que no, hombre. Que esto es Marvel-Disney. ¿Cómo van a matar a la chica del héroe?” Por eso esa escena eleva tanto mi valoración personal de la película. Porque hoy en día es muy difícil correr riesgos y cuando los corres, normalmente la gente no los entiende. ¿Era necesario matar a Gwen Stacy y mantenerse fiel a esa parte de la historia gráfica de Spider-Man cuando, casi todo lo demás, se lo pasan por la seta? Un rotundo “no”. Y por eso me encanta que hayan tomado ese camino, que no era el más sencillo, pero
es el que más valor aporta en un guión por otro lado plagado de tópicos y villanos de opereta. Porque al final, la sensación que queda, es que para este Spider-Man
el villano no es sino la inevitabilidad. No pudo salvar a su tío. No puede salvar a su novia. Pero sí que puede salvar New York. Y aunque le duela, tiene que levantarse y volver a ponerse la capucha porque la ciudad lo necesita. Ese mensaje vale mucho más que los 100 millones de dólares que haya costado crear digitalmente a Electro o a ese Duende Verde de pacotilla, y hace que te vayas de la sala sabiendo que
vas a recordar esta película.
Por último, TASM2 también tiene escena post-créditos, solo que en esta ocasión va antes de los créditos. Me explico. Para mí, la peli terminaría perfectamente cuando Peter saca de su armario el traje de Spider-Man y asume que debe levantarse, superar su dolor y volver a hacer su trabajo. Pero en lugar de eso, nos meten un montaje en el que conocemos a alguno de los Seis Siniestros y vemos un rápido enfrentamiento de Spider-Man con Rhino (que por si alguno no lo conoce, se presenta él mismo al grito de “¡Soy Rhino!”. Para que quede claro, más que nada…). Para mí, esa presentación de los Seis Siniestros podría haber ido perfectamente al final de los créditos, pero como existía un compromiso con FOX para publicitar la nueva peli de los X-Men, nos la encontramos antes. En todo caso, queda muy claro qué es lo que nos encontraremos en próximas películas de Spidey.
En conclusión, The Amazing Spider-Man 2: El Poder de Electro es una película en la que los villanos sobran incluso en el título. Con un aspecto visual de absoluta referencia, unas interpretaciones principales estupendas y una muy buena representación de lo que es el personaje de Spider-Man, la película tiene grandes aciertos y también enormes fallos. Al final, lo que suele marcar la diferencia es la sensación que te deja una historia cuando sales de verla en la sala de cine. Y la que deja TASM2 es la de que en su esfuerzo por entretener a un público más joven y de hacer una película donde los buenos son muy buenos y los malos son malos porque lo dice el guión y punto, también tiene espacio para una excelente trama romántica con arriesgadísimo giro final incluido. Que no compensa sus villanos de chichinabo ni sus agujeros argumentales, pero que sí deja la impresión de que este Spider-Man ha firmado un capítulo en su historia cinematográfica que será recordado. Veremos qué le depara el futuro a esta franquicia, porque sinceramente creo que lo tienen difícil para superar la relación Peter-Gwen y el clímax de ésta, y todo apunta a que nos van a brindar un festín de villanos probablemente sin ton ni son. Pero por ahora, es una saga que está demostrando que sabe dejar poso, aunque a veces los mejores posos sean los amargos.
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